Solo puedo oír. Las palabras son cristales rotos antes de ser pronunciadas. Cada sílaba serpentea hasta encontrar un rincón que la resguarde y en el colchón de plumas, se esconde. Soy el silencio verbal en estado puro. Las no-ganas de hablar.
El querer y no hacer. ¿No hay más nada que decir? Al mirarnos, sin embargo, nuestros ojos se llenan de una conversación seria; de palabras sin tiempo; de una fotografía que lleva como epígrafe: “¿cómo se hace?”. Y mientras nos esforzamos en pronunciar mensajes banales, nos invade la misma languidez de lo inconcreto. Volvemos al punto de una partida mal jugada y, otra vez, nos da miedo atravesarnos con tacto provocador. Y otra vez te pido que me hagas dudar. Y otra vez doblar la esquina es renovar la esperanza de encontrarte. Y otra vez es inevitable pensar en lo simple que sería todo si no te hubiese conocido y en por qué sos así. Así, claro… tan jodidamente especial.
miércoles
lunes
La eterna espera
A veces el sueño nos acaricia y parece que lentamente vamos a caer en sus brazos. Sin embargo, aquella noche no logré entregarme a él.
La lluvia comenzó a descender lentamente, aparejada de un sin cesar de recuerdos. El agua acrecentaba su caudal, mientras yo caía en las redes de la melancolía. Es ahí cuando el ruido ensordecedor del trueno penetra y parece eterno, un eco en mi interior. Una manada de gotas efusivas realizan una coalición frente a mi ventana. Mi corazón llora, mas nadie conoce la manera de ayudarlo.
Ante el insomnio perpetuo sentí la necesidad de salir a caminar. Me resultaba imposible escapar de la locura provocada por la eterna vorágine. Fui a buscarlo, mientras el diluvio excesivo castigaba mi cuerpo.
Las gotas frescas se posaban sobre mi cabello, humedeciéndolo. El viento voraz chocaba contra mi rostro convirtiéndose en un feroz padecimiento mientras las hojas de los árboles eran arrancadas cruelmente por el agresivo temporal. Por mi parte, esperaba impaciente en esa calle (“nuestra calle”).
El tiempo parecía perderse en la angustia de su ausencia. Me mantuve allí, inmóvil. Dispuesta a esperar toda la vida hasta que llegara.
Las moléculas acuáticas caían con excesiva abundancia. Estaba helada y sufriendo un frío desgarrador, que aún así, no superaba el frío interno de mi alma.
De repente lo vi. Detrás de aquel árbol me acechaba ansioso e impasible, casi sin poder contener sus desquiciadas ganas de abalanzarse sobre mí. Ya no era el mismo.
Intentaba ocultarme, pero no podía. Él sabía todo de mí, conocía cada movimiento, incluso, mi respiración.
Era inútil querer escapar. Permanecí allí entonces, esperando ser alcanzada. Esperando que el escalofriante frío de su cuchillo, entrara en contacto con mi cuerpo...
La lluvia comenzó a descender lentamente, aparejada de un sin cesar de recuerdos. El agua acrecentaba su caudal, mientras yo caía en las redes de la melancolía. Es ahí cuando el ruido ensordecedor del trueno penetra y parece eterno, un eco en mi interior. Una manada de gotas efusivas realizan una coalición frente a mi ventana. Mi corazón llora, mas nadie conoce la manera de ayudarlo.
Ante el insomnio perpetuo sentí la necesidad de salir a caminar. Me resultaba imposible escapar de la locura provocada por la eterna vorágine. Fui a buscarlo, mientras el diluvio excesivo castigaba mi cuerpo.
Las gotas frescas se posaban sobre mi cabello, humedeciéndolo. El viento voraz chocaba contra mi rostro convirtiéndose en un feroz padecimiento mientras las hojas de los árboles eran arrancadas cruelmente por el agresivo temporal. Por mi parte, esperaba impaciente en esa calle (“nuestra calle”).
El tiempo parecía perderse en la angustia de su ausencia. Me mantuve allí, inmóvil. Dispuesta a esperar toda la vida hasta que llegara.
Las moléculas acuáticas caían con excesiva abundancia. Estaba helada y sufriendo un frío desgarrador, que aún así, no superaba el frío interno de mi alma.
De repente lo vi. Detrás de aquel árbol me acechaba ansioso e impasible, casi sin poder contener sus desquiciadas ganas de abalanzarse sobre mí. Ya no era el mismo.
Intentaba ocultarme, pero no podía. Él sabía todo de mí, conocía cada movimiento, incluso, mi respiración.
Era inútil querer escapar. Permanecí allí entonces, esperando ser alcanzada. Esperando que el escalofriante frío de su cuchillo, entrara en contacto con mi cuerpo...
jueves
Pasajera en tránsito perpetuo
Un paréntesis atemporal. Un embudo hacia un submundo que late en lo profundo como un pulpo que envuelve una anatomía y la somete a abandonar sus resistencias frías. Un chapuzón en el río de lo ideal para oír el mensaje del cauce infinito. La humanidad brutalmente sencilla. La tierra perfecta para construir un atelier de inquietudes que no necesitan respuestas.
Suspirá y sentí. Todavía podes hacerlo. Te dejan. ¿Querés?
Perpetuemos el jardín de gente y perdámonos entre la silueta desinhibida de una sierra que convida mate con peperina. Un sueño de juventud.
“Míralos, míralos, están tramando algo”.
Una mística natural y si suena utópico dejemos que así sea. Que los pájaros y el viento compongan la música y que el cielo, por inmenso, nos succione hasta alcanzar la luna. Zarandeemos las piernas y pateemos una estrella para correr a buscarla. Cansémonos de sonreír. Hablemos de lo no-imposible. Seamos invisibles porque así somos livianos y transparentes. Amarrémonos a lo que un día creímos lejos. Hay tiempo. Estamos. Rescatemos el incesante espíritu de búsqueda y cuando quiera huir, atrapémoslo entre nuestras manos para liberarlo como a una mariposa. Mantengamos los ojos abiertos para convencernos de que aletargamos el paso del tiempo. Fundámonos en colores. Desdibujemos los límites hasta sentir que llegamos. Contemplemos y sintámonos ínfimos ante el paisaje. Suspendámonos y adoptemos una mirada húmeda. Convirtámonos en arte. Seamos nómades. No anclemos en ningún puerto. Viajemos. Es tiempo…
Suspirá y sentí. Todavía podes hacerlo. Te dejan. ¿Querés?
Perpetuemos el jardín de gente y perdámonos entre la silueta desinhibida de una sierra que convida mate con peperina. Un sueño de juventud.
“Míralos, míralos, están tramando algo”.
Una mística natural y si suena utópico dejemos que así sea. Que los pájaros y el viento compongan la música y que el cielo, por inmenso, nos succione hasta alcanzar la luna. Zarandeemos las piernas y pateemos una estrella para correr a buscarla. Cansémonos de sonreír. Hablemos de lo no-imposible. Seamos invisibles porque así somos livianos y transparentes. Amarrémonos a lo que un día creímos lejos. Hay tiempo. Estamos. Rescatemos el incesante espíritu de búsqueda y cuando quiera huir, atrapémoslo entre nuestras manos para liberarlo como a una mariposa. Mantengamos los ojos abiertos para convencernos de que aletargamos el paso del tiempo. Fundámonos en colores. Desdibujemos los límites hasta sentir que llegamos. Contemplemos y sintámonos ínfimos ante el paisaje. Suspendámonos y adoptemos una mirada húmeda. Convirtámonos en arte. Seamos nómades. No anclemos en ningún puerto. Viajemos. Es tiempo…
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