Rey de tréboles marchitos, tu corona se derritió con el calor del sol. Cada pedacito se desprendió nostálgico; se estiró volviéndose elástico, dilatando el resultado presupuesto. Y como si una tijera lo hubiese cortado, sin resistencia se impregnó en el piso, como una mancha verde en donde hundí mis manos. De repente, tuve pasto entre mis dedos. Lo acaricié y pensé que era terciopelo. No había nada más placentero que tocar aquellos trocitos naturales.
Hasta que desaparecieron. Entonces no pude tocar más. Y ahí comenzó todo.
Empecé siendo crisálida pero me quemé y me transformé en ceniza. Al ser ceniza el viento me arrastró y me castigó hasta convertirme en polvo. Como polvo choque contra las paredes y caí hasta encontrar una superficie pero di con el mar y me desintegré. Siendo nada añoré volver a ser lo que era pero ya era y fue tarde.
Hasta que desaparecieron. Entonces no pude tocar más. Y ahí comenzó todo.
Empecé siendo crisálida pero me quemé y me transformé en ceniza. Al ser ceniza el viento me arrastró y me castigó hasta convertirme en polvo. Como polvo choque contra las paredes y caí hasta encontrar una superficie pero di con el mar y me desintegré. Siendo nada añoré volver a ser lo que era pero ya era y fue tarde.